Sábado 29 de Septiembre de 2018
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El espacio oscuro entre las estrellas no es un vacío perfecto. Está lleno del gas primordial creado en el nacimiento del Universo y los restos microscópicos de estrellas que explosionaron hace mucho tiempo. Estas brumas nacientes pueden ser tan delgadas que apenas son detectables. Pero un evento en una parte de la Vía Láctea puede desencadenar consecuencias en otra a pesar de que las dos se pueden estar ubicadas en lado opuestos de la galaxia y en miles de años. Por ejemplo, cuando una estrella tres veces o más masiva que nuestro Sol llega a agotar su combustible nuclear, colapsará rápidamente hacia adentro a una velocidad increíblemente alta hasta que colisiona con su núcleo interno de hierro y rebota hacia fuera. Esto crea una onda de choque que literalmente rompe la estrella en pedazos creando una explosión de supernova que brevemente eclipsa la luz combinada de todas las estrellas de la Galaxia. Al igual que las ondas concéntricas en expansión que resultan de arrojar una roca al agua, vastas y poderosas ondas de energía se mueven hacia afuera desde el lugar de la conflagración de una supernova.
Finalmente, estas comienzan a exprimir el gas y el polvo que se desplazan a través del espacio y los comprime en enormes nubes oscuras que pueden abarcar cientos de años luz de ancho, un año luz es de aproximadamente diez billones de kilómetros o seis billones de millas. Si se afecta suficiente material, comenzará a condensarse hacia dentro debido a su propio peso. después de esto, la presión y el calor resultante dentro de la nube será tan grande que se desencadenará una explosión termonuclear. La fuerza externa de esta explosión detendrá el colapso de la nube y, a medida que la energía llegue a su superficie exterior, escapará como calor y luz y transformará la nube en una estrella. La nebulosa de la imagen está en u lugar cercano si tenemos en cuenta las enormes distancias en el Universo, situada a sólo 1.500 años luz de la Tierra La delicada nebulosa NGC 1788, ubicada en un oscuro y a menudo ignorado rincón de la Constelación de Orión, es revelada en esta imagen obtenida con la cámara de campo amplio de telescopio de 4 metros Mayall, instalado en el Observatorio Nacional Kitt Peak.
A pesar de que esta fantasmal nube está bastante aislada de las brillantes estrellas de Orión, sus poderosos vientos y luz tienen un fuerte impacto sobre la nebulosa, forjando su forma y convirtiéndola en albergue para una multitud de jóvenes estrellas. Dentro de la nebulosa, éstas estrellas tienen tan sólo la edad de un millón de años, un suspiro en términos cósmicos. En el centro se distingue una zona blanco azulada que esconde los tesoros estelares, cuyos vientos y radiación empujan e ionizan el gas circundante, y que está flanqueada por un glóbulo cometario que ataviesa la zona central, y que recibe su propio número de catálogo, Lynds 1616. En su avance implacable, el gas choca con el medio más frío y menos denso formando un frente de ionización que brilla en un intenso color rojo, debido a que el gas excitado es hidrógeno. Todos los componentes de la nebulosa forman parte de la misma nube molecular y están directamente relacionados, lo que los sitúa a la misma distancia. La imagen se generó con observaciones en filtros B en color azul, I en color naranja y hidrógeno alfa en color rojo.
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El espacio oscuro entre las estrellas no es un vacío perfecto. Está lleno del gas primordial creado en el nacimiento del Universo y los restos microscópicos de estrellas que explosionaron hace mucho tiempo. Estas brumas nacientes pueden ser tan delgadas que apenas son detectables. Pero un evento en una parte de la Vía Láctea puede desencadenar consecuencias en otra a pesar de que las dos se pueden estar ubicadas en lado opuestos de la galaxia y en miles de años. Por ejemplo, cuando una estrella tres veces o más masiva que nuestro Sol llega a agotar su combustible nuclear, colapsará rápidamente hacia adentro a una velocidad increíblemente alta hasta que colisiona con su núcleo interno de hierro y rebota hacia fuera. Esto crea una onda de choque que literalmente rompe la estrella en pedazos creando una explosión de supernova que brevemente eclipsa la luz combinada de todas las estrellas de la Galaxia. Al igual que las ondas concéntricas en expansión que resultan de arrojar una roca al agua, vastas y poderosas ondas de energía se mueven hacia afuera desde el lugar de la conflagración de una supernova.
Finalmente, estas comienzan a exprimir el gas y el polvo que se desplazan a través del espacio y los comprime en enormes nubes oscuras que pueden abarcar cientos de años luz de ancho, un año luz es de aproximadamente diez billones de kilómetros o seis billones de millas. Si se afecta suficiente material, comenzará a condensarse hacia dentro debido a su propio peso. después de esto, la presión y el calor resultante dentro de la nube será tan grande que se desencadenará una explosión termonuclear. La fuerza externa de esta explosión detendrá el colapso de la nube y, a medida que la energía llegue a su superficie exterior, escapará como calor y luz y transformará la nube en una estrella. La nebulosa de la imagen está en u lugar cercano si tenemos en cuenta las enormes distancias en el Universo, situada a sólo 1.500 años luz de la Tierra La delicada nebulosa NGC 1788, ubicada en un oscuro y a menudo ignorado rincón de la Constelación de Orión, es revelada en esta imagen obtenida con la cámara de campo amplio de telescopio de 4 metros Mayall, instalado en el Observatorio Nacional Kitt Peak.
A pesar de que esta fantasmal nube está bastante aislada de las brillantes estrellas de Orión, sus poderosos vientos y luz tienen un fuerte impacto sobre la nebulosa, forjando su forma y convirtiéndola en albergue para una multitud de jóvenes estrellas. Dentro de la nebulosa, éstas estrellas tienen tan sólo la edad de un millón de años, un suspiro en términos cósmicos. En el centro se distingue una zona blanco azulada que esconde los tesoros estelares, cuyos vientos y radiación empujan e ionizan el gas circundante, y que está flanqueada por un glóbulo cometario que ataviesa la zona central, y que recibe su propio número de catálogo, Lynds 1616. En su avance implacable, el gas choca con el medio más frío y menos denso formando un frente de ionización que brilla en un intenso color rojo, debido a que el gas excitado es hidrógeno. Todos los componentes de la nebulosa forman parte de la misma nube molecular y están directamente relacionados, lo que los sitúa a la misma distancia. La imagen se generó con observaciones en filtros B en color azul, I en color naranja y hidrógeno alfa en color rojo.